Sábado de Gloria

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 Hoy, único día en el año, en que la Iglesia no ofrece ninguna celebración litúrgica. Nos deja en una vigilia de espera, de oración y contemplación como preparación para celebrar en toda su plenitud la Noche de la Pascua, la noche de la Resurrección de Jesús. Hoy tenemos un tiempo privilegiado para la reflexión. Pero, al igual que en el duelo de nuestros seres queridos, éste es el día para traer a la memoria, en el silencio y en la intimidad, toda la vida de amor de Jesús y recordar los espacios compartidos con nosotros.


Dejar que cada una de las palabras, sobre todos aquellas más significativas para nosotros, se prendan en el corazón. Repasar una y otra vez cada encuentro que hemos vivido con Jesús. Y digo que “hemos vivido”, porque no se puede reducir a una historia del pasado, sino se tiene que hacer de todo el camino recorrido por Jesús, un memorial presente para cada uno de nosotros. María sería la compañera ideal para hacer este recorrido. Con ella podemos dialogar de cada uno de esos momentos transcendentales de Jesús y que también tienen un especial significado en nuestro camino. Aguardar la noche encendiendo la lámpara del silencio y de los recuerdos.

Como en los momentos de duelo, las palabras se tornan delicadas, medidas y sentidas. Parecería que todas las palabras resultan inútiles para expresar todo el sentimiento que anida en el interior. ¿Cómo hablarle a María? ¿Cómo decir con palabras que hemos matado la Palabra?  Acerquémonos con María al sepulcro en un respetuoso silencio. Que no hablen nuestras palabras, sino nuestro silencio. Si no hemos sido capaces de llegar con María a la cima del Calvario para acompañar al Crucificado, seamos ahora humildes para acercarnos en silencio a hacerle compañía junto al sepulcro. No tenemos nada que decir, sólo nuestro dolor, nuestra tristeza y nuestra espera. 

María, Madre del silencio y del dolor, queremos que aceptes solamente que podamos estar contigo en silencio y esperar contigo este segundo, maravilloso, nacimiento. Permite que tu silencio envuelva nuestros espíritus, anime nuestros corazones, encienda nuestros rostros asustadizos y apagados. Contigo queremos esperar, en silencio, la
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