Hoy viernes santo toda la Iglesia Católica se une en espíritu de duelo y penitencia para conmemorar la Pasión y Muerte del Señor.
La liturgia, en su riqueza, nos depara momentos intensos en los que podremos profundizar en el misterio del sacrificio de Cristo. En todo el mundo se reza el Vía Crucis, se escucha el Sermón de las Siete Palabras del Señor Jesús en la Cruz y se realizan procesiones presididas por la imagen de Cristo sufriente y de su Madre Dolorosa.
En este día no se celebra la Santa Eucaristía ni ningún otro sacramento, a excepción del Sacramento de la Reconciliación y la Unción de los Enfermos (en caso de necesidad).
Un día para poner el corazón frente al Señor
La celebración de la tarde conmemora los distintos momentos de la Pasión y Muerte Cristo a través de la Lectura de la Palabra, la Adoración de la Cruz y la Comunión Eucarística, consagrada el Jueves Santo. Hoy se invita a los fieles, además, a acompañar a la Virgen María, que estuvo a los pies de la Cruz, con una oración después de la Adoración de la Cruz. Por la noche, los fieles meditan el periplo de Jesucristo hacia el Calvario a través del Vía Crucis (el Camino de la Cruz). Luego, antes de acabar el día, en muchos lugares se celebra el Oficio de las Tinieblas en el que se recuerda la oscuridad en la que cayó el mundo cuando muere su Salvador. Dicha celebración concluye con un signo de esperanza, que recuerda que Jesús ha de resucitar.
A través de estas formas de piedad queda en evidencia que la Iglesia, como madre buena, provee de los medios necesarios para acercarnos a Dios y conocer mejor el misterio de su amor sacrificial, que es infinito. Nunca olvidemos que Cristo no se guardó nada para sí, que lo dio todo por nuestra salvación. Nosotros, los fieles, debemos responder guardando silencio -externo e interno- o fomentando el espíritu reflexivo. Debemos unirnos al duelo por la muerte de Jesucristo, tal y como lo recordaba el P. Donato Jiménez, OAR: ”Debemos hacer propios los sentimientos de la Iglesia”. Contribuye enormemente en este propósito que guardemos abstinencia y hagamos ayuno.
Algo que estaba roto será unido y renovado
El P. Jimenez recuerda además que en Viernes Santo “celebramos la muerte de Jesús, quien ha muerto por cada uno de nosotros y por toda la humanidad para reconciliarnos con el Padre”. Es decir, celebramos el amor extremo, divino, capaz de pagar el rescate más caro -la vida del Hijo- para salvarnos. Esto tiene tremendas implicancias para nuestra vida diaria: Por Cristo, las puertas que se habían cerrado por el pecado han sido abiertas de nuevo para nunca jamás cerrarse.
Es importante, entonces, interiorizar el hecho de que Jesús se entregó en la Cruz por cada uno, de manera personal, por mí, por tí y no de manera “masiva”. Existe la necesidad de comprender que la Cruz es un signo de victoria: por la Cruz “muere la muerte”, porque por ella muere el pecado y sus consecuencias; muere mi propia muerte. Se trata de la victoria más grande, sin importar que al mundo le sepa a fracaso.